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06 febrero, 2013

Intento de un capítulo

A veces escribo cosas... esta es más real.

Debió ser muy temprano en la mañana, 5:30 am quizás, sólo se escuchaba algún ronquido y respiraciones pesadas de sueño. La orquesta somnífera se ve interrumpida por unos pasos y ruidos metálicos que se acercaron a la cama más lejana del semi-círculo, cerca del baño.
- Extendé el brazo, por favor, te vamos a tomar una muestra de sangre.
Con la vista borrosa la muchacha entregó su brazo de 23 años. Se alegraba de estar tan dormida, sino hubiera sido una escena complicada, no se le daba bien los asuntos que involucraran sangre y objetos corto-punzantes.
El sueño continuó hasta que volvió a despertarse, esta vez, con sonidos de gente levantándose, ya debían ser las 8 y era hora de desayunar, los horarios de las comidas están muy marcados en los hospitales. Se puso un abrigo muy grande para ella y se acercó a la mesa dónde empezaban a servir las cosas mientras se refregaba los ojos. No tenía permitido aun bajar al comedor, tenía que pasar unos días ahí, en Cuidados primero, el lugar donde eras vigilado 24/7 y no existían cosas tales como cuchillos (es muy molesto esparcir mantequilla con una cuchara -pensó). Con su café con leche venía gratis una dosis de pastillas gratis; ansiolíticos y antidepresivos. Luego de comer con ganas, no como la otra chica que parecia de su edad que había que obligarle a comer, esperó su turno para usar el baño y ducharse. Las pastillas y el baño fueron suficientes para querer dormir otro rato, después de todo no tenía ganas de bajar y hacer nada junto a un montón de gente que no conocía y que estaba igual o peor que ella.
Pronto se daría cuenta que su actitud no era la correcta, al otro día demostró más energía y ganas de hacer cosas, así salía de Cuidados más rápido. Efectivamente, tres días después la cambiaron al tercer piso, a una habitación compartida con una señora mayor que fue su compañera en Cuidados y pasó a comer al comedor general en planta baja. Nunca pensó que un cuchillo podía ser un lujo, pero así eran las cosas en el hospital psiquiátrico: lápices, poder llamar por teléfono, salir a la calle, comer alguna golosina, todo un lujo.

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