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16 diciembre, 2010

Mi pequeña heroína.

Hoy sin razón aparente recordé uno de los episodios que más me marcaron en la vida.

   A los 10 años me fui a vivir al norte, ya a esa edad mi depresión era muy marcada y fuerte, pensaba en el suicidio como una cosa normal, que recuerde lo hacía desde los 6 años más o menos. Fué un cambio rotundo el haber cambiado de ciudad, practicamente cortó mi infancia, conocí a gente que me hizo crecer de un segundo a otro y claro, yo no estaba lista.

   Así, completamente inestable a los 11 encontré una persona la cual se convirtió en mi todo, realmente en la base que sustentaba mi existencia y que gracias a él la vida tenía sentido. Los hechos sucedidos en esa, llamemosle relación, no son relevantes para este recuerdo, pero fueron las bases de muchas cosas, sentimientos y pensamientos que aún hoy están arraigados o mutados o como recuerdos, pero están. Sin embargo perdí a mi piedra fundamental en la vida, ahí ya tenía 12, fué, probablemente, el año en el que más crecí... no digo que fue del todo beneficioso pero cambié.
Como dije, perdí a esa persona, la perdí para siempre, desapareció de la faz de la tierra. Me enteré de una forma horrible y estaba sola. Y era otoño. No tenía a nadie a quién contarle o a quién explicarle incluso después de casi 10 años me cuesta tratar de hablar de ello. Toda mi vida se volvió a nublar, nada tenía sentido y yo lo único que quería era seguirle. La idea de mi muerte era atractiva, hermosa, esperanzadora. Él nunca habría querido eso para mí pero no estaba ahí para detenerme, yo iba a seguirle.

   Caminaba de vuelta a casa, iba a estar sola y si me acobardaba cortándome o envenenándome, tenía a pocos metros un risco lleno de rocas y el mar revolviéndose furioso. Unas 5 cuadras antes de llegar a casa ví a dos niñas de unos 6 años jugando, no me fijé que hacían estaba en mi nube negra de pensamientos, las pasé de largo y en ese momento los acontecimientos son extraños.
Una de las dos niñas corrió hacia mí. Al parecer me di vuelta porque la escuché, quizás gritó o tal vez me tomó del brazo, ni idea... pero me dió una flor. Una pequeña flor de jardín, común y silvestre y me sonrió. Le tartamudeé un "gracias" y traté de sonreirle de vuelta sin mucho éxito.

   Seguí mi camino a casa mirando la flor. Algo tan simple había causado que el sol se asomara entre la nube. Recordaba muchas tardes junto a mi persona especial, con esas flores por el camino. La miré con detalle, con cariño, con preocupación. Aquella niña con la mitad de vida que yo en ese entonces me había parecido un ángel, tan sabia, tanta casualidad ¿cómo supo que con una flor iba a salvar mi vida? Porque cuando llegaba a mi destino no fui hasta mi casa, fui hasta el risco mirando la flor pensé en todo lo que había pasado y me estaba pasando en ese entonces. La flor me había vuelto la vida pero la flor estaba muerta. Ese pensamiento me confundía y con él me ví obligada a tirar la flor al mar. Para mí fué un simbolismo, matar a mi propio deseo de morir. Luego lloré, lloré demasiado, volví a mi casa y seguí ahí llorando sin saber bien porqué. Seguramente porque crecer duele.

   Si bien mis impulsos suicidas no acabaron hasta hace unos 2 años, ese momento fué especial. Le di un cierre a esa etapa de mi vida, más aun cuando en ese invierno volví a cambiar de ciudad, ahora al sur. Actualmente cuando tengo bajones o pensamientos autodestructivos recuerdo esa ocación, no recuerdo a la gente que me quiere dándome su aliento y consejos, no recuerdo el tratamiento psiquiátrico y psicológico, no recuerdo mi propia lucha contra mí misma... Si recuerdo la flor, recuerdo a la niña sonriéndome sin razón con la mano estirada, con uno de los momentos más lindos que me han dado.

   Y me pregunto si se habrá dado cuenta de lo que causó en mí, si se acordará que una tarde estuvo jugando a dar flores, me pregunto porqué algo tan simple puede llegar a ser tan simple e importante. Y me respondo que no tiene importancia, lo único que debo hacer es disfrutar y agradecer. Cambiar mis sentidos y vivir.